lunes, 29 de septiembre de 2008

Carta a un amigo lejano

Querido amigo:

¿Cómo puede ser que la felicidad de uno sea la tristeza de otro? ¿Puede existir tal egoísmo? ¿Será una penalidad gravísima contra la humanidad? El dolor se me agolpa en las sienes y en la garganta, impidiéndome respirar. No siento olor ni brisa alguna. Sólo el sonido lejano de algo que no está aquí, conmigo, viéndome brotar lágrimas silenciosas y eternas, como de un manantial inagotable. Hago divagar mi mente y distraerme con vanas diversiones, pero estas son efímeras y pronto vuelve el pesar a ocupar su trono. Esta nostalgia irracional. Sin Dios ni ley. No me deja ver mas allá de mi nube gris que pareciera ocultar el horizonte de mi esperanza.

La felicidad por si sola debería ser suficiente. Vivir del contagio de su mera existencia, disfrutar sabiendo que alguien en alguna parte sonríe, que parte del dolor que sentía ya no existe, que ha alcanzado parte de su cielo. Pero no es mi cielo, lo es para alguien más que no soy yo. El mío es distinto, es uno difuso y tormentoso que impide pensar en después, en luego de la tormenta.

Es el miedo, querido amigo. Miedo a perder el paraíso. Miedo a que se derrumbe el castillo con un poco de ventolera. Miedo a que vuelva el silencio y la desolación. A volver al oscuros sonido del silencio... de la nada. Al vacío, al túnel sin una luz al final. A caer y caer sin encontrar apoyo. A volver a lo que creí pasado.

Y ellas siguen fluyendo, sin freno, sin razón, sin aviso. Sólo las siento cuando corren a través de mis contornos dejando su rastro húmedo. Ya no se por que salen, he olvidado su razón de origen. Ya no las controlo, sólo salen por que quieren salir. Exploran el mundo exterior buscando desahogo, una respuesta o algo que las haga desaparecer, que haga a su fuente sentirse mejor.

Oh, querido amigo, si tan sólo pudieras escucharme y acariciar mi cabello para calmar mi ansia. Si tan sólo estuvieras aquí para aminorar esta sensación incomprensible que desencaja mis sentidos y me vuelve vulnerable.

Espero ansiosamente tu consejo y esas dulces palabras que siempre tranquilizan mi espíritu.


Atentamente,


A. C. M. S. N